ALGUIEN QUE NO CONOCEMOS


Ella dijo, “yo sé lo que es estar muerta
Yo sé lo que lo que es estar triste”
Y me está haciendo sentir como si nunca hubiera nacido.
J.W.L

Es preferible nunca haber visto la luz del día, o no haber hilado jamás una sola idea de individualidad, y más aun cuando esto significa olvidar y aprender continuamente el lenguaje secreto del cosmos, cifrar todos los secretos velados a la inteligencia y arrinconar nuevamente los colores redescubiertos que la vista ha perdido en la resaca continua de vigilias. Estoy destinado a las muertes perpetuas, y a olvidar aquellos secretos que no han sido pensados, a desconocer aquellos que seré y a vivir ese sueño ya visto muchas veces durante la noche, y aún durante el día, vívido y real, es decir, tan real como puede ser un sueño.

El tener al frente la copa final, la bebida que contiene esencia de muerte, saber que los anhelos de ser, nunca podrán ser saciados, que el rostro se descompondrá, y que aún cuando es tu mano la que lleva la bebida a tus labios, no la podrás detener por la inmensa curiosidad que te da el saber que morirás en un sueño, y que despertarás, sobresaltado tal vez, y que encontrarás una forma nueva cuando saltes de tu cama. Es la atracción que tiene en todos nosotros los abismos y el pequeño momento en el que imaginas tu fin.

Ahí está esa calle, demasiado insulsa para ser parte de un sueño, ese suelo polvoriento y sucio, y la gente esperando para llegar a su destino a concluir sus jornadas sin sobresaltos. Es el camino de todos los atardeceres; el del andar por esa calle con la cerca descuidada y enmarañada de hierbas secas y vueltas a crecer. El inrrenunciable encuentro y su previo caminar para encontrar la espera desconfiada y a la vez fija en el sueño de esa mujer que se acerca por primera ocasión y que sin embargo ya conoces. Con esas ropas extravagantemente aderezadas y con exagerado y artificial rubor en la cara y sus cabellos rojos fallando en su intento de esconder una cabeza llena de canas y desaliñada.

Ver su rostro nuevo y conocido a la vez, que primero parece fingir confusión, para después pasar a la franca emoción, y correr hacia mí tratando de poner sus delgados y marchitos brazos por sobre mis hombros, gritando un nombre que al principio no alcanzo a distinguir, y que finalmente resulta no ser el mío, por lo menos no en ese sueño, y sin embargo no me sorprende no recordar mi nombre real, ni el hecho de actuar en el sueño a ser alguien que no conozco.

Confuso y apenado detengo sus delgados y fláccidos brazos y le explico que su emoción no se justifica, ese no es mi nombre, ni soy la persona que cree que soy. Sonríe y me recrimina mi falta de tacto, me dice que me ha esperado todas esas tardes de varios días. Comienza a sollozar y se cuelga de mi brazo mientras la encamino a la reja crecida de ramas secas y vueltas a florecer, esa vivienda que en tanto corresponde con la apariencia de la anciana y que resulta ser su casa. Me hace prometer que me quedaré y que no me iré más.

Su mirada tiene algo tristemente familiar en mí, como el recuerdo de una vieja actriz de cine mudo o tal vez es la inflexión suplicante en su voz lo que me despierta sensaciones conocidas, como ese llanto por lo bajo que en ciernes intenta aliviar el dolor del muerto fresco. No puedo ir contra su voluntad y en el zaguán busco a aquella a persona que sé debe cuidarle y acompañarla. Ayudo a la anciana a abrir la reja y mientras entra yo hago una breve reverencia para seguirla al interior. Me recibe una sala espaciosa cubierta por polvosas sábanas y dominada por un gran espejo de estilo incierto y de turbio reflejo, me siento en un gran sillón individual, mientras ella comienza a hablar frente a mí y noto por primera vez el gato que en el fondo de la sala me observa con relajada expresión, y veo en sus profundos ojos violetas el abismo que me va empujando lenta pero seguramente a apurar esa representación de la que cada vez me convierto en un espectador.



Ha llegado la noche con grandes y cercanos astros por la ventana, la vieja mujer me habla de su muerte hace ya tres meses, y sin embargo aquí está, y yo veo su rostro y su cuerpo lejano sentado en el sillón. Me habla con mirada perdida de lo que es la verdadera tristeza, mientras toma en su marchito pecho a ese gato que trasluce silencio y vacío por en medio de esos ojos violetas. Me asalta de pronto el pensamiento de que ahora conozco el ridículo aspecto de todos los fantasmas, olvidados y atemporales, polvosos.

Un mismo espejo me refleja junto con la habitación y puedo estar seguro de que me ha visto muchas veces, con ese rostro mío pero en diferente forma y en distintos sueños. La mirada distinta y vivaz, y que el día de hoy verá por última vez mí cara, para ser mañana la de alguien que no conocemos.

La mano delgada y pálida del fantasma de la vieja mujer me acerca un vino de una polvosa botella de cristal cortado. Parece una costra de sangre a través del envase, y yo conozco ese su ritual. Me habla de su soledad y de la necesidad de mi compañía, es esa parte del sueño que ya conozco, la de la falsa decisión: morir en el sueño o salir de ahí y evitar ese suicidio para permanecer escuchando profundos conjuros al cielo nocturno junto a la vieja que ahora es un cuerpo seco que morbosamente ha sido colocado en un loveseat arreglado y pintado, como si fuera a despertar en algún momento.

Bebo la costra de sangre directamente de la botella, y comienzo a mirar por la ventana, y después a mi oscuro reflejo, y veo mi cuerpo que reconozco claramente y esa silueta de hombre mayor que adivino que siempre ha sido mía, me miro las manos y, mientras me recuesto en ese sillón, ella comienza a canturrear desde algún lugar del salón que conoce la muerte y la tristeza del olvido en esa vieja casa, que ahora es todas las casas y todas la tristezas. Miro a la calle nocturna como si fuera una pintura, sé que no regresaré ahí, ni a ningún otro lado, y vienen a mí en lenguas olvidadas las finas líneas que arman el secreto máximo del existir, la esencia misma del universo, y veo sus engranes moverse en el cielo y por fin recuerdo el argumento y razón últimos de la cúpula celeste, y los conjuros de la mujer levantan enjambres de visiones que se olvidarán al despertar. Empieza a declinar el color y a crecer las sombras, estoy muriendo en el sueño nuevamente.

Es de mañana levanto la cabeza, y bostezo, el nuevo espejo que no conozco me muestra una cara, que es la alguien que no conozco. Quiero estar en medio del sueño, pero éste que habito pretende ser vigilia que recuerda otro ensueño, en el cual he olvidado. Intento quedarme en la cama, y seguir remontando la corriente. Por favor sol, no me despiertes, no me agites que sólo estoy durmiendo. Soy el otro, el muerto, el que cambia de cara, y que será alguien que no conocemos. Nunca he nacido.

Comentarios

Anónimo dijo…
Quiero darle mi agradecimiento por permitirme leer su cuento, su forma de manejar los personajes, el lugar, el tiempo, todo tan original tan mìstico, es excelente. ojala desde el averno lo pueda leer el señor Edgar Allan Poe, y si no puede espero algùn dìa pueda entregàselo en sus manos
el toro dijo…
Quiero darle mi agradecimiento por permitirme leer su cuento, su forma de manejar los personajes, el lugar, el tiempo, todo tan original tan m�stico, es excelente. ojala desde el averno lo pueda leer el se�or Edgar Allan Poe, y si no puede espero alg�n d�a pueda entreg�selo en sus manos se despide tu amigo Julio Dom�nguez

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