Manos comprometidas.
La luna transparente, mordiendo la roja loma antes del anochecer. Una nerviosa mano atraviesa trémula las falanges de la compañera que con ansiedad no deja ir, ni dejará. El rítmico estremecimiento del camión de la corrida de las seis de la tarde. Adelante, las siluetas de autómatas que realizan viajes a parajes no explorados, a sus recuerdos y en sus soledades olvidan el movimiento al sur y la serpentina entre la aridez de los montes. El anochecer y el sonido repetido de las junturas y los chirridos del autobús; la mano asida a la del compañero con inquietud, más que un gesto de cariño o siquiera de apego, se ve entre los asientos como una expresión torpe ante un futuro que se torna inminente. El autobús parece avanzar y las comprometidas manos comunican en su lucha el camino hacia la fatalidad de un interminable barranco. La música de fondo, apenas audible y en sordina, suena melancólica y vulgar. No alcanzas a ver sus rostros a tu derecha y una fila atrás. Las voces son un tanto más...