De regreso a casa


Hace un rato fuimos a enterrar a Papá al pie del árbol donde está su cordón umbilical; así es como se acostumbra por estos lugares. Cuando él nació, enterraron su pedazo de carne junto a un árbol que entonces era apenas un retoño, así su vida nunca estaría separada de la tierra. Ahora el árbol es muy alto y da una sombra muy amplia que parece querer tragarse todo el campo.

Un día comenzó a ponerse mal, estaba muy flaco y muy pálido. Nosotros le hacíamos jugo de naranja para que se mejorara, pero no mejoró y se fue desapareciendo de a poco hasta que terminó en la cama sin poder levantarse.

Casi nadie asistió al entierro, sólo nosotros y unos de sus hermanos que ponían caras como de tristeza, pero yo sé que no era tristeza lo que sentían y es que una vez mi Papá me defendió de ellos, porqué mis primos me estaban fastidiando, y como yo no me aguato, les di unas pedradas y le saqué la sangre a uno de ellos. Me acuerdo que todos gritaban y querían que me castigara pero él no les dio el gusto, por lo menos no frente a sus caras, sino aparte, dónde ellos nunca nos pudieran ver.

Ya llevamos largo rato caminando para la casa, nuestras sombras están muy largas, hasta parece que se quieren regresar al campo dónde ahora está mi Papá y solo puedo escuchar nuestros pies rascando la tierra.

Estamos cerca de la casa, y yo miro a los matorrales para ver si mi Papá está por ahí, esperando que yo lo mire para que se pueda despedir estirando la mano con una sonrisa. Mi abuela dice que algunas veces las ánimas regresan para despedirse de sus seres queridos; yo quiero despedirme de él y verlo llegar por última vez; mi mamá dice que eso no es posible, pero la verdad es que tiene miedo, yo no.

En la casa estamos todos cenando, nadie habla y sólo se escucha que truenan los trastes contra las cucharas. La casa rechina porque afuera hace mucho viento que empuja muy suavecito las ventanas de la casa con un ritmo que yo conozco de memoria muy bien; parece pedir permiso para entrar. Nadie le pone atención, solamente yo me fijo en la puerta, en los ruidos y en el viento.


La puerta se abrió de repente con un empujón muy fuerte. Yo nada más pongo mis manos sobre mis ojos, afuera el cielo está casi negro espolvoreado con manchas plateadas y siento el aire tibio entrar a la cocina. Miro entre mis dedos las estrellas esperando que desaparezcan la noche, pero ellas aún me miran desde sus alturas. Ojalá mi Papá se despidiera de mí.

La corriente tibia de la noche juega con mi pelo haciendo caricias y cosquillas en mis sienes con hojas secas del naranjo, ellas silban voces a mi oído. Me dicen que no tenga miedo. Mi Mamá ha cerrado la puerta mientras se talla los brazos, estoy seguro que nuestras sombras han indicado el camino a Papá, yo sé que ahora tengo que despedirme.

Comentarios

Anónimo dijo…
Estimado Rubén, en concreto me gustó este cuento. No recuerdo haberlo leído pero tiene esencia y me evocó ciertas cosas que uno trae en las entrañas. Gracias por compartir tu blog y tus escritos.

Miguel A. Dávalos

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